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Desde la torre.

  C uando los días de la pequeña aguilita, -que se creía una gallinita y deseó ser una raíz- eran pocos… despertó al amor. Una tarde de eterno verano se encontró con un pollito, de su misma especie, de su mismo reino. No lo planeó, pero aquella tarde la recordaría por años. Se enamoró de uno qué, con su pequeño pico, rompía el viento para proclamar que el Rey de las Alturas y León Eterno, reinaba. La pequeña aguilita, nunca gallina y jamás raíz, pensó: “También es mío el León, también soy suya.” Ese día pensó que aquel pollito era con quien quería llenar su vida de años y retornar al polvo. Lo que hizo que la pequeña aguilita despertara el amor no fue su pico, sus plumas o sus garras, fue su desafina voz que declaraba que amaba al León… Su León. Guardó por años el secreto, y aunque el amor estaba despierto, ella insistía en que debía volver a dormir… pero era demasiado tarde. El amor -que ella había despertado- tenía insomnio. Así que, cuando lo creyó prudente, lo gritó, pero no

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Escribiría.

Segunda carta: A mí -segundo- primer amor.

22/08/20

En un día, diez mil atardeceres.

Primera carta: está bien.

Lo que sucedió después.

Bitácora: Aguilita.

Había una ciudad... de águilas.

Ya no se trataba de eso.

La próxima vez.